El verdadero Dios, no sólo moró personalmente entre los habitantes de la tierra, sino que llegó a ser el substituto de la humanidad pecadora. Tomó el lugar de todo el pueblo bajo la ley, y cumplió todas sus exigencias a la perfección. Sufrió y murió, como un sacrificio por los pecados de sus escogidos. Cuando Cristo murió, el velo del templo de Jerusalén que separaba el lugar santo del lugar santísimo se rasgó de "de arriba abajo" (Mateo 27:51). Como nuestro gran Sumo Sacerdote entró "a través de un mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho con manos, es decir, no de esta creación," (Hebreos 9:11). Este "mayor y más perfecto tabernáculo" es nuestro hogar celestial, que Cristo compró y obtuvo para nosotros "por medio de Su propia sangre … obteniendo redención eterna" (versículo 12).
Así como Israel viajó hacia la tierra prometida de Canaán, nosotros también estamos en camino hacia el hogar eterno de nuestro Padre celestial, el tabernáculo de Dios que está con los hombres, donde seremos su pueblo y él será nuestro Dios, donde las primeras cosas ya pasaron. Es nuestra meta, el fin de nuestra peregrinación.
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